A Luis.
Recuerdo ese lunes como tantos otros días de clase que recuerdo, pero este lunes fue especial, fue particular, fue el lunes que con mi amigo, cometimos un delito.
Los días de Noviembre en Tucumán, suelen ser muy calurosos, y para tres adolescentes colegiales, eran un día de clases como cualquier otro, días de calor y de hambre a la salida del colegio, hambre y calor que se compartía entre la diaria caminata, que solíamos recorrer juntos los tres, José, Luis y quien escribe, lo hacíamos desde la puerta del colegio hasta...mejor después les cuento.
La caminata comenzaba conjuntamente con la reincidencia de la eterna charla que poseíamos los tres dentro del colegio, charla que tenia como eje central nuestros deseos, es decir, conversábamos de mujeres, deseos, de deseos por mujeres y todo eso relacionados con mujeres jajajaja, género que aun no conocíamos demasiado y que con los años nos dimos cuenta que no terminaríamos de conocer jamas.
José Álvarez, que aun vive en la calle Marco avellaneda casi esquina Santiago del Estero y Luis Castro, quien se alojaba en la casa de una tía en calle España entre Av. Mitre y 12 de Octubre, por que su casa (que no era casa, sino un departamento) del barrio Oeste 2, le resultaba demasiado lejos para viajar todos los días. Yo por mi parte, tomaba mi colectivo en la esquina de la Plazoleta Mitre, a pesar de que a pocas cuadras del colegio lo podía abordar con mas premura, pero priorizaba a la comodidad, a mi amistad y esta caminata que tenia unas 20 cuadras de charla, confesiones, proyectos y juegos un tanto estúpidos que no nos dañaban lo suficientemente para que duela de verdad.
Al llegar a nuestro destino, Luis se quedaba a mi lado hasta llegase el colectivo, que casi siempre dejábamos pasar de largo por lo lindo de la charla, y del encuentro entre dos perdidos en este camino que se llamaba adolescencia. solían pasar uno, dos y hasta 5 colectivos como pasaban las horas también entre amigos; pero volviendo a la salida del colegio, recuerdo claramente que salíamos despacito los tres. Luis y José caminaban siempre a mis costado, por que yo insistía , previa aprobación de sus risas, en caminar en el medio de los dos. Lo hacíamos entre bromas, mucha energía contenida y lejos de cualquier posible disciplina. Tras unas pocas cuadras llegábamos a la casa de José , lugar en donde se realizaba nuestra primera posta en la carrera de todos los días, Recuerdo claramente la expresión en la cara de Luis cuando con una mirada cómplice le pedíamos a Jose un vaso de agua para cada uno de nosotros , y este pedido era siempre insistente debido a las quejas y negaciones de José, ya que siempre luego de su aceptación los vasos casi vacíos pero aun con agua iban a parar directamente en el rostro de nuestro querido amigo José.
Pero gracias al calor y a la consigna de que un vaso de agua no se le niega a nadie, José día tras día accedía a nuestro pedido teniendo en claro que a los amigos nuca se les dice no aun a sabiendas que también ese vaso de agua concluiría mojando su enojosa despedida.
Siendo un tanto malvados con alguien quien siempre nos dio todo lo que tenia, continuábamos camino arriba por calle santiago hasta llegar a la Av. mitre la cual se hacia mas cálida y pesada ya que esta no tenia sombras naturales ni artificiales en donde resguardarse del calor del medio día, que por cierto, en esta provincia es mucho. Espero no se me haga imposible tratar de explicar toda la belleza que contenían esas caminatas, era hacernos compañía mas halla de lo que la situación escolar nos obligaba, eran ponernos mutuamente el hombro para caminar un tanto mas seguro la adolescencia, un poco mas tranquilos, sabiendo que los miedos y las locuras eran de dos y de a tres compartidas, y también, creo, entendidas, era un recorrido de pocos kilometros que dejaban profundas huellas dia a dia, en el alma y en los corazones amigos; Era un camino no solo de salida de colegio, era ese camino de la vida que entre tres compañeros decidieron caminar y que las piedras del destino fueron estorbando algo el andar, pero jamás deteniéndolo ni separándolos de tal modo que no nos conociéramos en el presente futuro que hoy estoy contando.
Bueno... , pero tengo que contar ,por que así lo deseo, nuestro pequeño robo, nuestro gran latrocinio; Fue a una de las panaderías que desafortunadamente para nuestras culpas y sin incidencias en el arqueo final en la caja del panadero, se encontraban en el paso de nuestro cotidiano recorrido. A este negocio lo descubrimos por azar ya que constantemente realizamos recorridos alternativos, buscando encontrar frescas sombras obligados por supuesto por el sol del medio día. Esta panadería poseía un gran ventanal en una de sus esquinas el cual se prestaba con una altura justa para el descanso y la sombra de un gran árbol que ejercía de anfitrión de la vereda, siempre nos sentábamos unos minutos para alargar un poco mas el viaje que nos separaba y que por lo visto no queríamos que terminara.
Un día cualquier de clases sentándonos en la ventana como casi siempre, vimos que el panadero había comprado nuevas estanterías y que por fortuna o desgracia nuestra la estantería de las facturas se hallaban a nada mas que una mano de deseo, a un salto de nuestro descanso a lo activo del pecado. Creo que el primer día que descubrimos que teníamos esa posibilidad, ninguno de los dos dijo nada, aun que sabíamos que el deseo de la aventura apuntalado por el hambre del ausente almuerzo, nos impulsaba a estar pensando exactamente lo mismo, pero este pensamiento teniendo la confianza que nos teníamos se hizo explicito a la mañana siguiente cuando lo vimos a José en el colegio.
No recuerdo bien si lo planeamos pero al otro día, el vaso de agua fue al rostro de José como de costumbre, y nuestros pies presurosos se dirigieron rumbo a la panadería, como si hubiésemos pactado de antemano cual iba a ser el destino escogido para nuestro camino, ya que ese día estuvo nublado desde la mañana hasta el medio día. Tramando e imaginando el final y las consecuencias del acto que sabíamos íbamos a cometer, por mas que las condiciones sociales y morales que cargásemos entre ambos.
Una cuadra antes de llegar a la futura escena del crimen, inmediatamente dejamos de hablar , como sumergiéndonos en un proceso único y de carácter ceremonial en el cual los códigos implícitos de nuestro pasado y experiencias señalaban un solo rumbo: El de unirnos mas como amigos, de unirnos como nos unía lo bueno también decidimos estar unidos ese día por "lo malo".
Al llegar y sentarnos en la ventana de esa panadería ,como lo hacíamos todos los días, las facturas se volvieron el destino, el matar o morir, la bolsa o la vida, la vida por Perón, pero estábamos convencidos que esta vez las consignas serian un poco mas sabrosas. Mi amigo Luis fue el primero de los dos en estirar sus siempre transpiradas manos hacia el cuerpo pegajoso de una “Sacramento” y yo como por inercia lo seguí ,lo hice con la confianza que me daba la tranquilidad de tenerlo a él al lado mío como cómplice y amigo, sintiendo que la cárcel no seria tan mala si estábamos juntos o algo por el estilo; pero fue perfecto, nadie nos vio, el crimen esta vez pagó y pagó un dulce sabor a miel y aventura, que fue el botín del día aquel, botín que disfrutamos con glorioso placer.
Después de saborear el fruto de nuestro delito, confieso con demasiado gusto, jamás volvimos a pasar por la esquina de esa saqueada panadería, soportábamos el calor del medio día para pagar nuestras culpas decía, o talvez nos excluíamos como parias sociales y la vergüenza de nuestros mismos actos nos señalaban que era mejor el calor del medio día, al tentador olor de esas exquisitas facturas Sacramentos, que nos invitaban siempre al pecado.
Recuerdo ese lunes como tantos otros días de clase que recuerdo, pero este lunes fue especial, fue particular, fue el lunes que con mi amigo, cometimos un delito.
Los días de Noviembre en Tucumán, suelen ser muy calurosos, y para tres adolescentes colegiales, eran un día de clases como cualquier otro, días de calor y de hambre a la salida del colegio, hambre y calor que se compartía entre la diaria caminata, que solíamos recorrer juntos los tres, José, Luis y quien escribe, lo hacíamos desde la puerta del colegio hasta...mejor después les cuento.
La caminata comenzaba conjuntamente con la reincidencia de la eterna charla que poseíamos los tres dentro del colegio, charla que tenia como eje central nuestros deseos, es decir, conversábamos de mujeres, deseos, de deseos por mujeres y todo eso relacionados con mujeres jajajaja, género que aun no conocíamos demasiado y que con los años nos dimos cuenta que no terminaríamos de conocer jamas.
José Álvarez, que aun vive en la calle Marco avellaneda casi esquina Santiago del Estero y Luis Castro, quien se alojaba en la casa de una tía en calle España entre Av. Mitre y 12 de Octubre, por que su casa (que no era casa, sino un departamento) del barrio Oeste 2, le resultaba demasiado lejos para viajar todos los días. Yo por mi parte, tomaba mi colectivo en la esquina de la Plazoleta Mitre, a pesar de que a pocas cuadras del colegio lo podía abordar con mas premura, pero priorizaba a la comodidad, a mi amistad y esta caminata que tenia unas 20 cuadras de charla, confesiones, proyectos y juegos un tanto estúpidos que no nos dañaban lo suficientemente para que duela de verdad.
Al llegar a nuestro destino, Luis se quedaba a mi lado hasta llegase el colectivo, que casi siempre dejábamos pasar de largo por lo lindo de la charla, y del encuentro entre dos perdidos en este camino que se llamaba adolescencia. solían pasar uno, dos y hasta 5 colectivos como pasaban las horas también entre amigos; pero volviendo a la salida del colegio, recuerdo claramente que salíamos despacito los tres. Luis y José caminaban siempre a mis costado, por que yo insistía , previa aprobación de sus risas, en caminar en el medio de los dos. Lo hacíamos entre bromas, mucha energía contenida y lejos de cualquier posible disciplina. Tras unas pocas cuadras llegábamos a la casa de José , lugar en donde se realizaba nuestra primera posta en la carrera de todos los días, Recuerdo claramente la expresión en la cara de Luis cuando con una mirada cómplice le pedíamos a Jose un vaso de agua para cada uno de nosotros , y este pedido era siempre insistente debido a las quejas y negaciones de José, ya que siempre luego de su aceptación los vasos casi vacíos pero aun con agua iban a parar directamente en el rostro de nuestro querido amigo José.
Pero gracias al calor y a la consigna de que un vaso de agua no se le niega a nadie, José día tras día accedía a nuestro pedido teniendo en claro que a los amigos nuca se les dice no aun a sabiendas que también ese vaso de agua concluiría mojando su enojosa despedida.
Siendo un tanto malvados con alguien quien siempre nos dio todo lo que tenia, continuábamos camino arriba por calle santiago hasta llegar a la Av. mitre la cual se hacia mas cálida y pesada ya que esta no tenia sombras naturales ni artificiales en donde resguardarse del calor del medio día, que por cierto, en esta provincia es mucho. Espero no se me haga imposible tratar de explicar toda la belleza que contenían esas caminatas, era hacernos compañía mas halla de lo que la situación escolar nos obligaba, eran ponernos mutuamente el hombro para caminar un tanto mas seguro la adolescencia, un poco mas tranquilos, sabiendo que los miedos y las locuras eran de dos y de a tres compartidas, y también, creo, entendidas, era un recorrido de pocos kilometros que dejaban profundas huellas dia a dia, en el alma y en los corazones amigos; Era un camino no solo de salida de colegio, era ese camino de la vida que entre tres compañeros decidieron caminar y que las piedras del destino fueron estorbando algo el andar, pero jamás deteniéndolo ni separándolos de tal modo que no nos conociéramos en el presente futuro que hoy estoy contando.
Bueno... , pero tengo que contar ,por que así lo deseo, nuestro pequeño robo, nuestro gran latrocinio; Fue a una de las panaderías que desafortunadamente para nuestras culpas y sin incidencias en el arqueo final en la caja del panadero, se encontraban en el paso de nuestro cotidiano recorrido. A este negocio lo descubrimos por azar ya que constantemente realizamos recorridos alternativos, buscando encontrar frescas sombras obligados por supuesto por el sol del medio día. Esta panadería poseía un gran ventanal en una de sus esquinas el cual se prestaba con una altura justa para el descanso y la sombra de un gran árbol que ejercía de anfitrión de la vereda, siempre nos sentábamos unos minutos para alargar un poco mas el viaje que nos separaba y que por lo visto no queríamos que terminara.
Un día cualquier de clases sentándonos en la ventana como casi siempre, vimos que el panadero había comprado nuevas estanterías y que por fortuna o desgracia nuestra la estantería de las facturas se hallaban a nada mas que una mano de deseo, a un salto de nuestro descanso a lo activo del pecado. Creo que el primer día que descubrimos que teníamos esa posibilidad, ninguno de los dos dijo nada, aun que sabíamos que el deseo de la aventura apuntalado por el hambre del ausente almuerzo, nos impulsaba a estar pensando exactamente lo mismo, pero este pensamiento teniendo la confianza que nos teníamos se hizo explicito a la mañana siguiente cuando lo vimos a José en el colegio.
No recuerdo bien si lo planeamos pero al otro día, el vaso de agua fue al rostro de José como de costumbre, y nuestros pies presurosos se dirigieron rumbo a la panadería, como si hubiésemos pactado de antemano cual iba a ser el destino escogido para nuestro camino, ya que ese día estuvo nublado desde la mañana hasta el medio día. Tramando e imaginando el final y las consecuencias del acto que sabíamos íbamos a cometer, por mas que las condiciones sociales y morales que cargásemos entre ambos.
Una cuadra antes de llegar a la futura escena del crimen, inmediatamente dejamos de hablar , como sumergiéndonos en un proceso único y de carácter ceremonial en el cual los códigos implícitos de nuestro pasado y experiencias señalaban un solo rumbo: El de unirnos mas como amigos, de unirnos como nos unía lo bueno también decidimos estar unidos ese día por "lo malo".
Al llegar y sentarnos en la ventana de esa panadería ,como lo hacíamos todos los días, las facturas se volvieron el destino, el matar o morir, la bolsa o la vida, la vida por Perón, pero estábamos convencidos que esta vez las consignas serian un poco mas sabrosas. Mi amigo Luis fue el primero de los dos en estirar sus siempre transpiradas manos hacia el cuerpo pegajoso de una “Sacramento” y yo como por inercia lo seguí ,lo hice con la confianza que me daba la tranquilidad de tenerlo a él al lado mío como cómplice y amigo, sintiendo que la cárcel no seria tan mala si estábamos juntos o algo por el estilo; pero fue perfecto, nadie nos vio, el crimen esta vez pagó y pagó un dulce sabor a miel y aventura, que fue el botín del día aquel, botín que disfrutamos con glorioso placer.
Después de saborear el fruto de nuestro delito, confieso con demasiado gusto, jamás volvimos a pasar por la esquina de esa saqueada panadería, soportábamos el calor del medio día para pagar nuestras culpas decía, o talvez nos excluíamos como parias sociales y la vergüenza de nuestros mismos actos nos señalaban que era mejor el calor del medio día, al tentador olor de esas exquisitas facturas Sacramentos, que nos invitaban siempre al pecado.
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